martes, 4 de noviembre de 2008

SAN ISIDRO DE HACE LO MENOS 33 AÑOS


HALCON HERRANTE

Que te dijera yo, que no esté dicho, si los que te conocen lo han dicho casi todo.
Perteneces a una generación que para mí resulta un icono, más que una generación, a un grupo de personas que siempre han estado cerca de mí, aunque algunos en esa distancia que dicen que son kilómetros pero sólo si se ven sobre un mapa.
No pertenezco a esa generación ni tan siquiera a ese grupo, cuestión de edad, pero os siento tan cerca que a veces me confundo en el tiempo, Polín, Justo, Rafa, Juan Miguel, Mabel… Crecí con vuestros nombres pegados a mis recuerdos, tanto que a veces no se que situaciones viví y de cuales me empapé de tanto escucharlas, hasta hacerlas mías.
Dejó muchos nombres por decir, pero con los que he escrito cualquiera se haría una idea de que clase de personas hablo, comprometidas con los demás, gente buena, que no es lo mismo que “buena gente”.
A ti te recuerdo en el pueblo cuando yo era muy pequeño, vivías en el cuartel viejo, si mal no recuerdo y recuerdo cuando “te fuiste”, la tristeza de muchos, pero sobre todo de esos, de tus amigos, los que no han dejado de recordarte durante todos estos años.

En el año 1978 coincidimos en una boda en Badajoz, los dos teníamos papeles muy destacados en la ceremonia, tú casabas a los novios y yo era el niño de las arras, los protagonistas, dos jóvenes muy jóvenes, Justo y Marifeli.

Años después, el destino me llevó a Mérida, y que grata sorpresa, allí estabas tú, con tu parroquia impartiendo doctrina y repartiendo amistad, por entonces yo tenía ya unos 18 o 19 años y me hice el propósito de ir a verte cien veces, porque te sentía cercano, en mi casa Juan Miguel había dejado una huella profunda, pero las mismas cien veces, pensé que después de tantos años Helechal sería un pueblo más, de tantos, en tu recorrido, aunque con los años aprendes a ver las cosas de otra forma y hoy me doy cuenta de que además de que no habían pasado tantos años, parte de ti se quedó allí en Helechal, un poco entre los indios y un poco entre los bancos de la Iglesia, dónde alguna vez escuché a San Diego y a La Rubia hablando de ti, porque te echaban de menos.

He sabido de tu paradero en estos años últimos por un amigo, capellán castrense, de Llera, José Fernández Macías y de tu andadura, por Polín en muchas ocasiones y por La Rubia en muchas otras.
Te volví a ver en el peor de los momentos, el 1 de junio del pasado año, y aún siendo un momento de dolor, de tristeza y de rabia, me alegré mucho al verte y después de oirte pensé, ¡que grande es este tío! y sentí, aquellas cien veces que pensé en ir a visitarte en Mérida y que nunca lo hice.
Aquel jodido día, del año pasado, volví a ver a ese grupo que siempre me fascinó, despidiendo a una de las personas más grandes, que para mí han existido y que se fue sin decirnos a dios y pensé vaya “putada” que para juntarse haya tenido que ser de esta forma.
Dios quiera que esa “mierda de enfermad” te deje entre nosotros mucho tiempo más, pero por favor no seas “cabroncete” y te vayas a ir sin decirnos a dios.

Un abrazo